EL MOLINO DEL CHÍCAMO

Este molino y su infraestructura (el azud) fue construido entre los años de 1840 a 1844, a cargo del “Heredao”, actualmente la Comunidad de regantes de la Huerta de Abajo y Sahués. Su explotación se adjudicaba por puja a la llana y con esos dineros se le pagaba el sueldo al “cequiero” y si sobraba se empleaba en reparaciones y mantenimiento del sistema de riego y otros gastos. Según el estudio efectuado por el profesor de la UMU, don José Mª Gómez Espín y otros, sobre los molinos hidráulicos de Abanilla y Fortuna, que ya ha sido publicado en el programa de fiestas, este molino tenía dos cubos de rueda horizontal, de 5´50 y 6´50 metros de altura, con sus correspondientes sistemas de molienda (ruedas) que molían simultáneamente: una destinada para moler productos para el consumo humano y otra para consumo animal. Se estima que en aquel entonces el caudal de agua disponible podría sobrepasar de los cien litros por segundo, por lo que la potencia desarrollada total estaría por los ocho caballos. Tenía un amplio casal, con edificación anexa para vivienda del personal y amplias cuadras y corrales. Dejó de funcionar en la década de 1960. En 1967 ya consta en acta que estaba en estado ruinoso y, por lo tanto, se le rescindió el contrato de arrendamiento vigente a José Navarro Torá. Y siguiendo con la desidia muy española de que lo que no tiene utilidad se deja abandonado a su suerte o se intentan reutilizar sus materiales aprovechables, este molino no ha sido la excepción y solo ha quedado de él en pie el azud, sus dos cubos, el foso, los cojinetes de apoyo de los rodeznos y alguna de sus piedras que en su momento no tuvieron oferta de compra. De sus anécdotas, muchas de ellas de sumo interés, fueron referidas en la charla coloquio de “Las Cosicas de Abanilla”, primera parte de un paseo por El Chícamo, el 30-07-2011, por Juan Aº López Marco, que se pasó allí parte de su juventud primera. Todo esto está pendiente de publicar, a falta de completarlo con la segunda parte y quizá sea necesaria una tercera, hasta llegar a Orihuela. Porque el río-rambla El Chícamo tiene una dilatada historia inherente a Abanilla y Benferri que, poco a poco, iremos recogiendo y pasando a letras de imprenta. En el libro “Los regadíos Medievales y su evolución histórica en el Bajo Segura” (ISSN 2340-874-X), cuya primera edición está ya agotada, se hace un somero estudio de nuestro Chícamo, como principal afluente del Segura en la Vega Baja. En la web abanilladigital.com, podéis leer mi escrito titulado “YO, EL CHÍCAMO”, que describe de forma sencilla este río.

Pero mi intención ahora es la de relatar alguna de las muchas anécdotas ocurridas en la década de 1940 y mitad de 1950, al socaire de este molino, donde por efecto de la autarquía reinante y el estraperlo, vivió su época dorada en cuanto a rentabilidad de su industria y de servicio a la ciudadanía, pues en aquel pretérito tiempo de penurias y racionamientos el mercado negro, los ratones coloraos y los de guante blanco, sabido es que suelen ser los más beneficiados. El hambre y la necesidad agudizan el ingenio y este molino trabajada de continuo, con la clientela en cola, las 24 horas del día, y solo se interrumpía la molienda para las labores de mantenimientos (picado de las piedras y engrases) y en las roturas e imprevistos. Se le llegó a acoplar una dinamo de coche para producir corriente y alumbrar la sala de máquinas, a la cual se accedía por unas escaleras, por estar a más bajo nivel del acceso por el casal. En las cuadras, vivienda y demás dependencias anexas, existían una serie de zulos muy disimulados para el almacenamiento, que servían para esconder los productos de los inquisidores inspectores de la Fiscalía de Tasas, que se desplazaban en aquellas históricas “amotos” SANGLA, incluso por las noches. A este molino acudían los pobladores circunvecinos de Macisvenda, La Umbría, Barinas, El Cantón, los Martínez, incluso de la provincia de Alicante: La Algueña, Barbaroja, Hondón de los Frailes y de Las Nieves, La Romana, hasta Aspe. Los abanilleros tenían más cercano los molinos de El Puente, Santa Ana, Ricabacica y El Partidor, por lo que no solían ir a éste, salvo excepciones.


Entorno del molino del «Heredao» en El Chícamo. (foto de Alfonso Atienza Gaona).

 En Aspe, en el siglo XVIII hubo cinco molinos hidráulicos, pero a principio del siglo XX sólo quedaban en funcionamiento dos: uno alejado de la población, que en 1940 ya funcionaba poco por falta de agua y otro en la misma población, al final de la calle Barranco, en la margen derecha del río Tarafa, que recogía además los sobrantes de una fuente pública y abrevadero allí existente, de la que todavía quedan las piedras, sin agua por haberse secado el manantial de origen. La Benemérita local hacía la vista gorda en el asunto de la legalidad de la molienda, pero los de la Fiscalía de Tasas no paraban de incordiar con sus inspecciones, lo que dio lugar a que el propietario les soltara un garrotazo, con la consecuencia de su encarcelamiento y cierre del molino. Y como los molinos más próximos estaban en Crevillente y para llegar a ellos el camino era tortuoso, por estar en la ladera sur de la sierra, el trayecto más factible era el del Chícamo, aunque estaba fuera de su demarcación territorial. Un aspense que tenía una camioneta Ford de 3.000Kgs, se dedicó por las noches a llevar productos a moler a nuestro molino y en uno de sus recorridos, ya de vuelta, por la madrugada, la camioneta se le paró por falta de aceite en el motor (otro producto controlado y escaso, que había que conseguir en el mercado negro, por causa de la autarquía reinante, igual que la gasolina, por lo que se pusieron en marcha también los gasógenos) delante del cuartel de la Guardia Civil del Hondón de las Nieves. Al insistir en arrancarlo y trastearlo el ruido despertó al guardia de puertas, el cual salió a ver qué pasaba y sorprendió al transportista y le dijo: ¿Qué le pasa? El presunto estraperlista, ante el temor a que le revisara la mercancía y ser descubierto “in fraganti” se le ocurrió decirle que había parado para dejarles una “taleguica” de harina. Eso hizo, pero al intentar arrancar el cacharro ya no lo consiguió, pero el guardia, agradecido por la dadiva, le buscó a un vecino que tenía un carro de mulas y le hizo el transporte hasta su destino, sin ser molestado, porque le dio un salvoconducto. En lo sucesivo este camioncillo circuló sin problemas desde Barbarroja hasta Aspe, porque todas las semanas paraba y les dejada a los beneméritos su taleguica de harina. Los del cuartel de Abanilla subían a este molino cuando les tocaba la ronda de las pedanías y solían hacer noche allí, donde eran muy bien atendidos y no regresaba de vacío. La realidad supera a la ficción en todas las épocas, máxime en las ominosas. Así me lo han contado y así lo relato, para mayor gloria y honra de todos los mencionados, afectados por la autarquía y el racionamiento, de la que siempre se suelen llevar la peor parte las clases sociales menos favorecidas por la vida y por la suerte. Ningún tiempo pasado fue mejor, aunque para los que andaban sobre los pétalos sí lo fuera, mientras que para la mayoría que caminaba sobre las espinas y mal calzados no. Espero que la restauración del molino del Chícamo sea un propósito bien empleado y de utilidad futura, en el cual habrá que escribir en paneles esta y otras historias más que nos vayan contando, para ilustrar a los visitantes.

NOTA.- Los agentes de La Fiscalía de Tasas solían ir uniformados con una gabardina tipo Colombo, con manchas de harina de los molinos y los hornos de pan cocer, de aceite cuando registraban las almazaras y de cagarrutas de los ganados, llenaron el mapa de España de manchas negras (altercados) y rojas (por muertes). En Abanilla casco urbano tenemos una mancha negra y en el alto del antiguo camino a Fortuna por la Casa del Reloj una roja, donde pusieron una cruz por la muerte de un inspector, tiroteado por su propio compañero, porque siempre iban en pareja y armados. Trataban de sorprender con nocturnidad a un ganado de ovejas que por allí transitaba, con dirección a Orihuela, escondidos tras unas matas, junto al camino. Los perros pastores que iban delante se detuvieron y empezaron a ladrarles, lo que el pastor interpretó como que allí se escondía alguna alimaña y les zurró con su gallado. Ellos hicieron uso de sus pistolas, con tan mala suerte, porque la noche era oscura y de invierno, que a uno de ellos se le disparó la pistola al intentar sacarla y le perforó el hígado, lo que le provocó la muerte ya en el hospital, después de intentar los médicos hacer lo que estuvo en sus manos. Estos individuos profesionalmente, salvo excepciones, eran perros de presa, que donde entraban sacaban bocado.

E. Marco, cronista “oficioso” de Favanella

Artículo publicado en el programa de fiestas de Mahoya de 2015

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