Con los debidos respetos a quien proceda, ni Tarif, ni Musá Ben Nusayr pasaron por aquí, sino que fue su hijo Abdelacid quien pactó con la Cora de Tudmir. Sobre la biografía de estos dos caudillos invasores hay mucho que leer, sobre todo en tratados especializados. Estos dos “elementos” fueron, como casi todos los invasores, unos sátrapas de cuidado, hasta el punto de ser requeridos por el califa de Damasco, el de los albercoques, quien les pidió cuentas sobre la misión que les había encomendado, les reprochó el mal ejemplo que dieron a las tropas a sus órdenes y fueron duramente castigados, no permitiéndoles volver a Hispania. Dicen que a Musá Ben (el moro Muzá, en el argot popular) le cortaron las manos y vivió el resto de sus días como pordiosero, no permitiéndole salir de Damasco, como ejemplo del mal ejemplo. Por tanto, no fueron ni condecorados ni vitoreados, sino todo lo contrario. La carne de cañón que invadió la península, formada en su mayoría por contingentes beréberes y tribus del Magreb, reclutados a lazo y adiestrados para todo, no fueron los que diseñaron las redes de riego y demás infraestructuras, sino que sirvieron de mano de obra para su ejecución, además de los nativos esclavizados de cada lugar. Los árabes, además de los números, nos trajeron nuevos cultivos de climas semitropicales, como el arroz, la berenjena, la caña de azúcar, la sandía, las naranjas y un largo etc., que necesitan humedad regulada y periódica por debajo y sol por encima, mientras que los cultivos básicos de los romanos eran el olivo, la vid y los cereales, que con una mediana pluviometría se cultivan en el secano y, como máximo, en condiciones desfavorables sólo necesitan regarse tres veces al año. Esta es la diferencia básica y distintiva entre los cultivos de los romanos o tardo romanos y la de los árabes venidos de Oriente (como los Reyes Magos), que tuvieron que aplicar en el norte de África (el Magreb y Argelia), al-Ándalus y el levante peninsular, las técnicas hidráulicas de Siria Mesopotamia y Egipto, de donde procedían. No continúo más en este asunto, porque ya se ha hecho en “mi libro”, pendiente de presentación y distribución: “LOS REGADÍOS MEDIEVALES Y SU EVOLUCIÓN HISTÓRICA EN EL BAJO SEGURA”, cuya ponencia va al congreso de Riegos Históricos de Valencia, el 25 de septiembre.
Sobre el origen del sistema de riego de Sahués y la Huerta de Mahoya, ni se le puede adjudicar alegremente a los romanos, ni se puede ningunear olímpicamente a los árabes, puesto que los segundos lo que hicieron fue adaptar y transformar a las necesidades de sus cultivos, el incipiente sistema “localizado” para Sahués y otros lugares, donde establecieron una villa, así como también la hubo en Los Castillejos (Barinas), cerca del Zurca, del que aprovecharon sus aguas, abundantes en aquellos tiempos. Tanto las del Chícamo como las del Zurca proceden de la salida natural del acuífero de Quibas, actualmente esquilmado y deficitario. Por tanto, pudiera ser que el acueducto de Sahués ni sea romano ni árabe, aunque por su hechura hay más indicios para catalogarlo como de los segundos que de los primeros. Lo único claro y casi evidente en él es la fecha de 1882, de la construcción de sus actuales arcos; y lo que refiere J. Riquelme Salar, que según sus antepasados, antes de hacerse estos arcos en 1882, el paso del agua era por medio de una canal de madera, montada sobre troncos de árboles, de pilastra a pilastra. Antes de revestirse la parte superior de las pilastras con mortero de cemento, hace pocos años, se podía apreciar que eran presuntamente de mampostería. El recubrimiento inferior, desde su base a casi los dos tercios de su altura, así como el contrafuerte de la margen izquierda, hechos de sillería, por alguna documentación consultada se desprende que se pudieron haber realizado en el siglo XVIII, por reconstrucción, ante el destrozo causado por las fuertes avenidas, de lo que se sospecha la posibilidad de haber reutilizado sillares procedente de la cercana villa romana del Llano de Sahués. Esta técnica no es precisamente muy romana, sino que huele a “Maderas de Oriente”. Pero este ensayo histórico me lo reservo para el futuro simposio de los riegos de Abanilla, que espero no se parezca en nada al simposio de los Pajes y Rodelas, para que sea de provechoso estudio e investigación, que no de parafernalia orquestada.
Si algo hay meridianamente claro a estas alturas, es que el sistema de captación y reparto del agua para irrigar, por medio de azudes, acequias, paradas y brazales, por turnos periódicos establecidos (las tandas), con regulación horaria, así como la división del caudal de agua disponible en cada momento, en proporción a los terrenos a regar (los partidores lineales de chorros o hendiduras tipo peine), no son de los romanos, sino de los árabes venidos de Oriente. Pudiera ser que los que intentan ningunear esta cuestión lo hagan por alguna presunta morofobia encubierta, o por considerar más importante para el turismo comercial el arrimarse al César.
Sobre la inscripción existente en la pilastra del arco sobre la rambla de Balonga, por la que cruza la acequia desde el histórico molino del Arco, en Ricabacica, no hace mucho tiempo se podía todavía leer lo siguiente: Fra….cr…Y según se refleja en la página 125 del libro de la Historia de la Parroquia, en 1778, los canteros Francisco Cremades y Juan de la Lastra, estaban trabajando en los arcos de la acequia, etc. No parecen precisamente muy romanos, sino que pudieron ser reconstruidos por dichos canteros, tras las desastrosas riadas habidas en todos los tiempos, de los que hubieron de origen andalusí, de mampostería, pasando de pilastra a pilastra o muros de apoyos laterales, la acequia de madera sobre troncos de árboles.
Si el simposio proyectado se lleva a cabo, sería muy conveniente que a él acudan arqueólogos, historiadores, ingenieros, antropólogos, investigadores (aunque sean de fin de semana), senderistas y excursionistas (de esos que cuelgan fotos y textos en Internet y publican guías con lo que le dice el primero que encuentran a su paso), tanto de la vega alta, media, baja y subterránea (por lo de las minas y túneles), del Thader de los romanos, Nahr-el-Abiad, (río blanco por el color de sus aguas en avenidas y riadas) para los árabes y, actualmente El Segura, por el nombre de su sierra de origen, Sakura, del que El Chícamo es afluente, a fin de que cada uno con su aportación contribuya a enriquecer nuestra historia, porque la verdad puede estar en cualquier parte y se puede dar el caso de pasar por encima de ella, con la cara “levantá” y no verla.
Notas aclaratorias:
– Los árabes fueron los primeros en emplear la pólvora con fines bélicos, que no sus inventores, en los artilugios llamados cañones pedreros. Trajeron los números, pero no fueron sus originarios inventores.
– En la historia de Musá Ben Nusayr, el de aquí, se reseña la reparación del azud en 1705, donde se dan algunos datos que pueden ser muy esclarecedores para el tema que nos ocupa.
– La palabra “albellón”, según la etimología de dicha palabra, está más cerca su origen al árabe que al románico.
E. Marco, cronista oficioso de Favanella