Al principio de la edad moderna, hace 500 años, Abanilla, al igual que otros muchos pueblos de España, en virtud del Decreto de los Reyes Católicos de 21 de septiembre de 1501, alcanzó el rango de Villa, tras la conversión masiva de sus pobladores mudéjares al cristianismo; desapareció la Aljama y se constituyó definitivamente el Concejo o Ayuntamiento. En 1411 ya predicó aquí San Vicente Ferrer, convirtiendo y bautizando a muchos de sus pobladores mahometanos.
Por sus territorio sujeto a jurisdicción de una orden militae, en cumplimiento del referido decreto, probablemente su mezquita la transformaron en la primera iglesia parroquial de San Benito, al pie de la falda oeste del castillo. A mediados del siglo XVI, tenía su documentada bandera de las milicias concejiles (verde y azul), y su sello, con la Cruz de Calatrava y con la leyenda a la redonda: Favanilla. Los avatares del destino marcaron la idiosincrasia de sus gentes, que tuvieron que defender con tesonera lucha durante casi cuatro siglos sus fueros, contra la prepotencia de sus administradores. Este histórico terruño, pacificado por Jaime I el Conquistador en 1266 tras la rebelión mudéjar, donde el 9 de diciembre de 1364 el Rey de Aragón, Pedro IV el Ceremonioso, montó su cuartel general de campaña, hace medio siglo que sufrió la emigración casi masiva de sus habitantes por razones de la economía. En el portal del III milenio, camina hacia un futuro esperanzador en el que confía no sea sólo un espejismo económico y cultural, fruto de la parafernalia.
En 1999, a consecuencia de un lamentable error administrativo, omitiendo criterios puramente académicos, prevaleciendo gustos y encomios, las autoridades locales y regionales oficializaron como enseña municipal una bandera no histórica, con un indebido Blasón Real, contraria a las normas establecidas. El expediente no debió haber seguido su trámite hasta que la Real Academia hubiese dictaminado favorablemente en su preceptivo informe, marchamo sin el cual estas cuestiones no tienen el respaldo necesario que le imprime el sello de calidad que le acredita culturalmente. Tal incumplimiento desvirtúa el proceso y cuestiona su legitimidad, extremo este que, para el bien común, debería reconsiderarse de oficio, sin tener que emplear otras vías administrativas que puedan dejar entre comillas la dignidad de las instituciones y de la ciudadanía afectada. Mantener un error colectivo, a sabiendas que lo es, desacredita a quienes lo mantiene y a quienes con su silencio lo aceptan.
Públicamente exhorto a las autoridades administrativas y académicas pertinentes, porque a título personal ya lo he hecho, para que tengan a bien entrar en el fondo del asunto y solventar razonadamente el tema, sin encomios, perjuicios y antagonismos, dejando sentada la dignidad colectiva que, por historia, le corresponde a esta villa de Abanilla en su V Centenario. Considero que con éste mi proceder, honro a mi tierra y a la Universidad de Murcia, en la que he adquirido mi formación académica.
Juan Manuel San Nicolás Sánchez.
Licenciado en Geografía e Historia.
Licenciado en Geografía e Historia.
Carta publicada en el Diario La Opinión y La Verdad Domingo 23/09/01 y Lunes 01/10/01