EL ESTRAPERLO Y LA FISCALÍA

(COLABORACIÓN ESPECIAL A PROPÓSITO DEL «ESTRAPERLO» COMENTADO EN EL ANTERIOR ARTÍCULO ACERCA DE LAS MUTACIONES EN EL ESCUDO MUNICIPAL DE ABANILLA)

Durante la segunda República, dos extranjeros llamados Straus y Perle inventaron una ruleta trucada que pretendieron introducir en España en 1934. De la conjunción de estos nombres surgió el vocablo estraperlo, término que sirvió para englobar cualquier negocio ilegal consistente en la compraventa de mercancías sujetas a la intervención estatal.

Los artículos de consumo de primera necesidad, entre ellos el trigo y el aceite, estuvieron intervenidos por el fisco bastantes años después de la guerra civil. De su vigilancia y control, y de perseguir a los estraperlistas, se encargó un organismo nacional llamado Fiscalía de Tasas, auxiliado en el ámbito rural especialmente por la Guardia Civil. Los géneros intervenidos nutrían la despensa nacional y se distribuían a precios asequibles mediante las famosas cartillas de racionamiento. Durante aquellos años floreció, naturalmente, el mercado negro, y algunos hicieron grandes fortunas a costa de la necesidad general. Eran tiempos de forzosa autarquía por el aislamiento internacional a que fue sometido el régimen de la posguerra, con las reservas de oro y divisas esquilmadas, por lo que no hubo otro remedio que abastecerse en gran medida con recursos propios.

Como las carreteras y caminos principales estaban vigilados por las fuerzas del orden, el pequeño estraperlista transitaba muchas veces de noche por senderos y trochas con la mercancía a lomos de bestias y de bicicletas, algunas de ellas especialmente modificadas y reforzadas para transportar pesados pellejos de aceite de oliva, artículo carísimo entonces, pues un litro de este producto sobrepasaba en valor las veinticinco pesetas del sueldo diario de un peón agrícola. Hasta en las historietas de los tebeos se hacía referencia al estraperlo, pues recuerdo unas viñetas de aquellas revistas de a treinta céntimos en las que se preguntaba a los niños qué querían que les trajesen los Reyes Magos, con respuestas de este tenor: Si querías ser futbolista, un balón; y si estraperlista, un litro de aceite.

El caso de la Fiscalía de Tasas era preocupante para los pequeños agricultores, pues como no había otra solución que sembrar trigo para autoconsumo, casi siempre se sembraba alguna tahúlla sin declarar, y como había necesariamente que moler el trigo, el paso de este cereal por el molino era peligroso. Recuerdo, esta vez en carne propia, que los últimos quince quilos de trigo que nos quedaban de una modesta cosecha los llevó mi padre al molino de Callosa, con tan mala suerte que poco después llegaron los inspectores fiscales. Era el único remijón de trigo en el molino, pues el resto todo era cebada y maíz, y, en consecuencia, fue intervenido, y gracias a que no hubo sanción por la pequeñez del delito. Ni que decir tiene, que a la Fiscalía se la temía entonces como en tiempos pasados a la Inquisición.

La escasez de trigo obligaba a panificar harinas de centeno y cebada, ya solos o mezclados. Recuerdo algunos chuscos de racionamiento de pan de cebada –de auténtica cebada, acreditados por incluir granos sin moler- responsables de diarreas en estómagos débiles o poco habituados. Los agricultores, a falta de trigo preferíamos el maíz, aquel maíz dulce de escasa talla y mazorca pequeña, con granos de colores en algunos ejemplares, con los que nuestras madres y abuelas amasaban finas y crujientes tortas llamadas minchos, semejantes en su forma y tamaño a discos de gramola, o bien tortas de mayor calado sobre llandas de hojalata, o panecillos de forma cónica llamados bollos, que salían a veces pasados de horno por fuera y crudos por dentro. Estas delicias (el hambre les daba esa virtud) se solían acompañar con aceite o con manteca de cerdo y sal -la mantequilla solo existía de nombre- para merienda de niños, o de plato principal, a veces único, en la mesa. El agua, o el vino, convenía tenerlos cerca, pues el bolo alimenticio viajaba con lentitud a lo largo del esófago y los atragantamientos eran frecuentes.

Rafael Moñino Pérez

Agente de Extensión Agraria

Rafael Moñino, en el centro de la imagen, en la presentación de su libro «COX, EL IBERO», también es coautor del libro «Los Regadíos Medievales y su evolución histórica en el Bajo Segura»

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