En la década de 1950, los médicos de Abanilla llevaron a cabo el efecto placebo en una mujer que padecía fuertes dolores de origen reumático, a los que la ciencia de entonces solo alcanzaba a paliar con la morfina. A esta señora la recuerdo ir todas las tardes a la misma hora, para que le inyectaran este medicamento bajo control médico. Dicen que tuvo que vender algunas de sus propiedades para poder pagarse el tratamiento. Y cuando ya consideraron los médicos que estaba llegando a convertirse en adicta, optaron por recurrir al efecto placebo. Consistió el experimento en ir inyectándole cada vez más reducida y diluida la dosis, hasta llegar solamente al agua destilada libre de pirógenos, como ponía en los envases de las ampollas, y ver como reaccionaba la paciente. El resultado fue positivo, según las apreciaciones personales de la enferma, que manifestó que sus dolencias, aunque no le desaparecían del todo, habían mejorado notablemente. Se murió cuando le llegó la hora, o como se solía decir entonces, cuando Dios la llamó a su santa gloria, pero con un sufrimiento soportable y lo que ella ignoraba, con un tratamiento inocuo y sin efectos adversos. La cuestión es que a la enferma había que hacerle creer que se le estaba poniendo morfina, con lo cual, tanto la farmacia como el practicante guardaban el secreto y seguían cobrándole al precio del estupefaciente, como ella suponía, que no al del agua destilada porque, como se ha podido comprobar en este tipo de experiencias clínicas, si al paciente se le dice la verdad desaparece el encanto y empeora, al sentirse engañado y estafado nada más y nada menos que por los médicos, a los que considera personas serias y respetables. Según me han informado, la morfina se le suministraba a esta enferma a través de la beneficencia municipal.
Después de su muerte circuló por el pueblo la leyenda urbana de que esto del placebo había sido una estafa sin precedentes, que dejaba mucho que desear de los profesionales de la sanidad local, cuando realmente no es así, porque de otra forma no funciona el efecto placebo. Lo que evitaron fue que de seguir inyectándole morfina se hubiese vuelto adicta, con otros efectos secundarios que la hubiese llevado al cementerio en poco tiempo. Iba esta señora siempre a la misma hora, a media tarde, a la casa del practicante, y si por cualquier causa no estaba y tenía que esperarlo, se ponía muy nerviosa y le entraba lo que ahora se conoce como “el mono”, incluso cuando solamente le inyectaban agua destilada. Ahora ya sabemos, que en las pruebas de los medicamentos que hacen antes de comercializarlos, en las personas humanas que se prestan a ser cobayas, a unos se les suministra el medicamento y a otros un placebo, pero ellos no lo saben. Después recogen en el expediente todo lo observado y analizado, para su valoración clínica. Cosas de la experiencia, que es la madre de la ciencia. Distintos ensayos, han confirmado que se puede casi provocar la muerte psicológica a una persona, haciéndole creer, por sugestión, y más si tiene alguna aprensión, que le van a inyectar un veneno para curarla, aunque en realidad se trate de agua destilada; y, por el contrario, mejorar su estado de salud, si es creyente, haciéndolo con agua bendita (eso sí, libre de pirógenos) o procedente de algún santo manantial.
Los médicos alemanes llamados “de la muerte”, se dice que hicieron el siguiente experimento con una persona que sentía pánico a verse sangrar, aunque la herida causante fuese pequeña: Le convencieron de que era necesario depurarle la sangre, para curarle de una enfermedad que le habían detectado. El tratamiento consistía en una máquina experimental que estaban fabricando, precursora de las actuales máquinas de la diálisis, consistente en pasar su sangre por dicho artefacto y volvérsela a inyectar, pero pasando previamente por una bañera en la que tenía que estar metido y quieto, viendo todo el proceso. La realidad es que la máquina era un montaje de bombas, motores y mangueras que succionaban y devolvían agua con colorante a la bañera. Al enfermo solamente le pusieron un vial en una vena que, tras pasar sumergido por la bañera, le devolvía su propia sangre a otra vena de retorno, pero él creía que su sangre iba a la bañera y, después, otra vez a sus venas. El resultado es que murió de pura sugestión.
Otro efecto placebo más simpático y sin peligro de muerte, fue el que se hizo en la década de 1950, “made in Abanilla”, que no llegó a comercializarse ni a patentarse: Una persona algo leída en novelas futuristas fue a una farmacia de su confianza y le dijo al dependiente, con mucho sigilo y cautela, que le diera algo bueno para aumentar la libido, porque andaba algo flojo (ahora está la Viagra, pero antes no) y que no le comentara nada al farmacéutico. El mancebo se lo dijo al farmacéutico y éste le formuló un preparado tipo jarabe, a base de colorantes, compuestos inocuos y “bicarbonato”, pero en la etiqueta del frasco solamente pusieron la fórmula química del bicarbonato: NaHCO3; y se lo cobraron como un producto caro en aquellos tiempos, como si fuera un preparado especial y específico. Esta persona lo estuvo tomando durante bastante tiempo, después de cenar, y antes de que se le acabara pasaba a encargar más, porque creía que lo tenían que pedir a Murcia. El dependiente le preguntaba si le iba bien, a lo que él le respondía: Mano de santo. Todo este embrujo psicológico se acabó cuando un entendido lo visitó, porque estaba enfermo de la gripe, vio el frasco y le preguntó si es que tenía acidez y tomaba aquello, que la fórmula era puro bicarbonato. Lo gordo vino cuando le preguntó cuánto le costaba el frasco y el entendido le dijo que con ese dinero tenía para comprarse un saco de bicarbonato. De la decepción que sufrió, cuando se recuperó de la gripe fue a la farmacia con la intención de tirarle el frasco a la cabeza del dependiente, porque él confiaba en que el farmacéutico no estaba enterado del asunto. Pero reflexionó y le dijo: Aunque me han dicho que esto es bicarbonato, y que me estáis estafando, yo no me lo creo, que algo secreto llevará que no lo pone en el frasco. Así es que como a mí me va de “puta madre” y encima me quita el ardor, voy a seguir tomándomelo.
¡A la mierda el Viagra!, que el bicarbonato tomado con fe y esperanza, está demostrado que sirve para lo mismo y no tiene peligrosos efectos secundarios.
Moraleja.- Como se dice ahora: La mejor medicina es el cariño, la paciencia y la propia autoestima.
Dado que las leyendas urbanas y los dimes y diretes se transmiten de forma oral, con el paso del tiempo se producen imperfecciones y exageraciones que rayan en la hipérbole. En el caso de la administración de la morfina, me han informado que dicho medicamento le fue proporcionado a la enferma por la Beneficencia Municipal, sin costo alguno para ella. Y en el asunto del bicarbonato, precursor de la Viagra, el dicho de que con lo que se le cobraba por el preparado farmaceútico había para comprar un saco, a todas luces es una hipérbole. Porque el bicarbonato era, y es, un producto industrial relativamente barato, que se vendía en las tiendas de ultramarinos, a granel. Actualmente, un kilo de bicarbonato se vende a poco menos de dos €. Por lo tanto, en la época de referencia, década de 1950, el equivalente de lo que le cobraban por el preparado «viagrero» pudiera equivaler al de un cuarto de kilo de bicarbonato.
E. Marco